Jorge, estos dos últimos post son de una brillante y lúcida serenidad. Gracias por eso.
Un comentario restrospectivo que, a mi parecer, recuerda otras genealogías:
Hace años, cuando el incivil Ayatolá Jomeini decidió que el escritor Salman Rushdie debía ser asesinado por el horripilante delito de apostasía, por el solo hecho de escribir Los Versos Satánicos, Günter Grass o V. S. Naipul (nunca recuerdo cual de los dos) comentó con irónica inteligencia que ésa sí que era una forma extrema de crítica literaria.
La decisión de Jomeini era concordante con la legislación del estado teocrático iraní y fue apoyada, en efecto, por un importante grupo de partidarios en diferentes lugares del mundo. De hecho, su crítica literaria implicó la muerte de más de treinta personas en Turquía, así como el asesinato de un par de traductores del libro.
La fatwa de Jomeini era, sin embargo, un edicto religioso plenamente legal.
Tengo la impresión que, con algo menos de barbarismo, pero con el mismo sentido de inequidad, el neogobierno bolivariano intenta legitimar una posición análoga desde una legalidad que se escribe en una tinta conocida: esa tinta es el poder. Esa tinta es el peligro milenario que implica dejar al poder decidir unilateralmente el destino de las acciones humanas.
Siempre me ha parecido que lo realmente contastario, lo realmente libertario, reside en oponerse dignamente a ello.
Un abrazo.